• 29 diciembre, 2015

Mercedes Guerrero – Iglesia desde abajo

Mercedes Guerrero – Iglesia desde abajo

Mercedes Guerrero – Iglesia desde abajo 1024 768 Safa Esperanza

UNA IGLESIA DESDE ABAJO, EN CLAVE NAZARENA.

 

María de las Mercedes Guerrero

Tandil, Bs. As. Argentina

 

Licenciada en Educación religiosa y Teología  (2013) Universidad Fasta, Diplomada en Filosofía (2009) Universidad Nacional del Litoral. Diplomada en Teología (2004) Universidad Pontificia de Salamanca. Profesora de Cs. Sagradas (1999) Instituto Superior Sto. Domingo de Guzmán. Profesora de Educación Inicial (1998) Instituto Superior O. Zarini. Profesora de Formación Cristiana nivel secundario Colegio San José. Profesora de la Cátedra de Teología y Metodología Catequística Nivel terciario Instituto San José. Miembro del Equipo Pastoral de dicha institución. Autora de artículos sobre temas especializados de teología y propios del carisma. Miembro del Comité Apostólico de la Asociación Sagrada Familia y miembro del Equipo de Formación Nazareno Taboriniano del Instituto de Vida Consagrada, de la Congregación de los Hnos. de la Sagrada Familia. Madre de tres hijos. utopiam@speedy.com.ar

 

EJE 3 Reforma de la Iglesia
Una Iglesia desde abajo, en clave nazarena.

Hacia una reforma institucional desde una Teología/Eclesiología de la kenosis.

 

Resumen

 

El Concilio Vaticano II cuestionó el modelo eclesial clericalizado que sacralizaba sus estructuras. Y sentó los presupuestos para otro “ser Iglesia”, en la cual se reestructurara la autoridad, se limitara el poder, se reformara el centralismo romano, se garantizara a los laicos el ejercicio de sus derechos, se replanteara su misión, entre otras cosas. La realidad actual no dista mucho de aquella, se percibe por igual: desconfianza, falta de credibilidad y crisis institucional.

 

La presente contribución parte de esa situación, y vislumbra la necesidad de un nuevo concilio que proponga un nuevo paradigma para refundar la Iglesia y sustituya aquel sobre el que se ha posicionado por siglos, llevándola a su estado actual. Se plantea necesaria una hermenéutica acorde a estos tiempos, proponiendo el carisma nazareno como clave para enfrentar las cuestiones descriptas y desde allí crear un nuevo entramado eclesial desde una Teología de la kenosis. Siguiendo un itinerario de encarnación que le permitirá responder y dar sentido desde los diferentes lugares y sujetos teológicos en vez de transmitir doctrinas neutras o tibias como si fueran mandatos divinos.

Finalmente, se caracteriza a esa Iglesia desde abajo y en clave nazarena, haciendo una reinterpretación teológica desde la kenosis para lograr su reestructuración práctica.

 

Víctor Codina sentó un precedente en su obra “Una Iglesia Nazarena…” el presente trabajo intenta modestamente plasmar la intuición que tuviera el Hno G. Taborin fundador de los Hnos. de la Sagrada Familia,  que se apropio del estilo de Nazaret para su comunidad (eclesial, qahal),  lo cual también podría aplicarse a la Ekklessia toda. Para eso es necesario que la Iglesia deje de amarse, darse a sí misma para llenarse de Otro  y el único camino es la kenosis. Sólo una iglesia refundada desde abajo podrá ser samaritana, profética y abrir sus puertas y su mesa a todos.

 

  1. Hacia un cambio de paradigma…

 

Esto será posible si adopta una hermenéutica acorde a esta época, capaz de repensar, reformular, hacer plausible, razonable y culturalmente viable el anuncio de la Buena Noticia en los lugares más elevados y también los más caídos, profundos, oscuros e inmanentes. Y desde allí dar las respuestas que el mundo necesita:

 

“Si la Iglesia quiere acercarse a los verdaderos problemas del mundo actual, abrirse a la nueva epistemología teológico-eclesial, tendrá que partir de hechos y problemas recibidos del mundo y de la historia, en lugar de repetir esquemas anteriores por seguridad. Se trata de un dato nuevo esclarecido por medio del dato evangélico”

 

Todo cambio de paradigma, tiene sus consecuencias, Torres Queiruga sostiene que vivimos una época “de paréntesis” entre dos paradigmas, uno que desaparece o debe desaparecer y otro que aún no apareció. En estas circunstancias se hace imperiosa una conciencia eclesial donde todos los bautizados hemos de reinventar los tiempos y espacios, estilos y tareas para construir un nuevo entramado eclesial.

 

Por eso se propone como clave el carisma nazareno, porque en la Encarnación está el fundamento para entender el devenir de la historia y para compartir al igual que Jesús las condiciones más humildes y precarias de la vida humana, asumiendo la pobreza. Y desde allí  hacer una teología desde la kenosis.

 

Una teología desde el lugar del pobre, porque ellos fueron los principales interlocutores de Jesús, quien con hechos y palabras les revela el valor de sus vidas, el sentido de sus miserias, los defiende y les devuelve la dignidad.

 

Jesús, en su abajamiento de Dios hecho hombre, muestra su omnipotencia al crear posibilidades de vida donde los hombres piensan que no las hay, al cargar con los agobiados y abatidos, al sufrir con las víctimas, dándoles esperanza.

 

 “Siendo rico, se hizo pobre a fin de que nos enriquezcamos con su pobreza” (IICor 8,9),  vaciamiento que hizo voluntaria y libremente por amor a los demás. Encarnación y redención se sitúan en la misma perspectiva.

Un paradigma que entiende la Encarnación no como un momento puntual, sino como un modo de ver y asumir la realidad en todas sus formas. Nazaret como clave para dar sentido y respuesta a los desafíos de hoy.

  1. ¿Por qué la elección del carisma nazareno entre otros?

 

Si bien se trata de una forma particular del soplar del Espíritu “pneumatikós”, brota de las mismas fuentes que toda vida cristiana: la Palabra de Dios, los Sacramentos, la Oración y la vida misma en todas sus relaciones y manifestaciones. En  este sentido es  metaparadigmatico por tratarse de Jesús de Nazaret,  su Evangelio y el proyecto del Padre.

 

Una mirada desde el carisma nazareno, que permita  desde una teología de la kenosis construir una experiencia eclesial fundante. Adoptarlo es “Bajar a Nazaret” para abrazar a la Sagrada Familia como clave teológica, y eclesiológica para la construcción  de esa nueva iglesia.

En Nazaret vida y doctrina se identifican, Jesús no pudo predicar una enseñanza distinta de la que allí había vivido. Y esto mismo ha de ocurrir en el seno de la Iglesia.

Nazaret como sacramento de un Dios solidario con los hombres, se convierte en horizonte hermenéutico, para una teología practica de una fe que vincula, vive y transforma la realidad.

 

Sólo una actitud de abajamiento, como en Nazaret donde la encarnación interpela con su realismo y su despojo, podrá dar nuevo sentido a la existencia de la Iglesia. Tomar este camino de encarnación supone un proceso nunca acabado de desprendimiento, vaciamiento, «kénosis”, como forma de asumir nuevas situaciones, nuevas culturas “poniéndose en camino” para descubrirse e integrarse creativamente en el mundo. Este nuevo paradigma ha de permitir hacer teología desde la kenosis

 

  • Por una teología de la kenosis  (κένωσις)

 

Teología – Eclesiología en clave nazarena, en Nazaret Dios hecho hombre se hace solidario con todos los hombres. La kenosis como reinterpretación teológica para reestructurar la autoridad, limitar el poder, garantizar a los laicos el ejercicio de sus derechos.

 

Esa kénosis de Jesucristo (Fp 2,5-11)  es el fundamento de esta teología/eclesiología que ha de iluminar y orientar el “caminar” la Iglesia, el discurso sobre Dios, la interpretación del Mensaje cristiano y las estructuras de la Iglesia han de pasar por ese prisma.

Es un llamado a la simplicidad de una Iglesia “desde abajo” en comunión con quienes viven en los márgenes de este sistema de exclusión, como en Nazaret vivir el descentramiento y para desde allí se proyectarse al mundo.

 

Un paradigma desde la kénosis  invita a la Iglesia a “salir de sí” para poder vivenciar la alteridad, reconociendo la otroridad sin encasillarla en estereotipos, en categorías preconcebidas con intenciones de dominación. Por el contrario respeto,  aceptación y apertura al “otro”, en un diálogo auténtico de inclusión desde un lenguaje común con primacía de los vínculos sobre lo estructural.

 

Sólo desde la kenosis podrá entender el poder como donación y servicio, cuya radicalidad  reside en el amor y no en el dominio. Una Iglesia que se autodespoja, “bajando” a las distintas situaciones, haciéndose pobre como Jesús que «se vació a sí mismo» (heauton ekénosen) insertándose en la historia de los hombres, hasta pasar por la experiencia de la muerte de cruz. Un vaciamiento de todas sus seguridades, ostentación, esplendor, riqueza, para llenarse de lo desconocido, diferente, abrazar la pobreza y el sufrimiento de los hombres.

 

Una Teología que haga Kenosis de la omnipotencia, del espiritualismo desencarnado, de la omnis ciencia que se atribuye la verdad absoluta y desconfía y condena de otras formas de hacer teología. Kenosis que es diaconía porque se ubica en el horizonte igualitario de Jesús de Nazaret y anuncia a un Dios encarnado y crucificado, sufriente y liberador y a la resurrección como fuente de esperanza para todos los “crucificados” del mundo:

“Podríamos decir que Jesús nos dejó como dos sacramentos de su presencia: uno, sacramental, al interior de la comunidad: la Eucaristía; y el otro y en el pueblo, en la villa, en los marginados, en los enfermos de sida, en los ancianos abandonados, en los hambrientos, en los drogadictos…”.

 

 

III. Bajar a Nazaret para construir una Iglesia desde abajo

 

La Iglesia no se reveló de una vez por todas, sino que se reinterpreta una y otra vez en el curso de la historia, por eso se ofrece esta clave para su reinterpretación, para  refundar la Iglesia “Ekklessia” “desde abajo”, haciendo extensiva la intuición que el Hno. Gabriel Taborin tuviera para su congregación, una comunidad (eclesial, qahal), inspirada en el estilo de Nazaret. Al igual que  Jesús quien se proyectó al mundo entero desde  Nazaret

(Lc4,16-20), convirtiéndola en horizonte y sacramento, porque es allí donde se da un giro en la historia, desde allí  Jesús que habita en las periferias con los últimos resignifica y salva, giro que ha de hacer la Iglesia. Para eso es necesario que la Iglesia deje de amarse, a sí misma para llenarse de Otro y el único camino es la kenosis.

 

Sólo rechazando la riqueza y haciéndose pobre para protestar contra ella, la Iglesia podrá predicar algo que le es propio: la pobreza espiritual; es decir, la apertura del hombre y de la historia al futuro prometido por Dios”.

 

Por eso es una eclesialidad  del “llamado” (vocatio). Un llamado a la simplicidad de una Iglesia desde abajo en comunión y compromiso con quienes viven en los márgenes de los sistemas de exclusión. Y una respuesta que se traduce en la misión de una iglesia pobre al servicio del reino.

 

Vivir Nazaret es tomar conciencia que ésta es la base de la existencia, ya en el desierto o en la misión apostólica. Estar bajo el humilde techo de Nazaret es reconocer que la encarnación nos devuelve siempre a la realidad de la vida.

 

 Una eclesialidad tejida desde la clave nazarena, es:

 

Una Iglesia “casa” humilde y acogedora con sus puertas abiertas a todos los deshumanizados, en lugar de una ostentosa, palaciega y deshabitada que no glorifica a Dios ni edifica la humanidad.

 

Un llamado a vivir la colegialidad de hombres y mujeres libres desde los distintos carismas, desde la solidaridad, la horizontalidad de “ser hermanos”, asumiendo los conflictos intraeclesiales para recobrar la credibilidad social.

 

Una Iglesia que está y camina junto al pueblo, para que desde Nazaret, cobre dimensión el reino, las Bienaventuranza, la misión de Jesús y la suya, en una opción por los pobres de la tierra.

 

Bajar a Nazaret, es también un giro epistemológico, que lleva a ver la realidad desde el lugar del pobre, desde el “reverso de la historia” para transformar y transformarse, y hacer como en Nazaret de cada situación  un lugar privilegiado de encuentro con Dios.

 

También un giro eclesiológico que orienta su misión y configura todo el hacer y ser de la Iglesia, su vida interna, sus estructuras y su compromiso con la realidad. Es un reto evangélico cuyo mandato es la defensa del oprimido, que debe ser realizada «al modo de Cristo», seguimiento que  ha de ser fundamento de la apostolicidad en la Iglesia

 

Una iglesia desde Nazaret, es una iglesia pobre que se descentra por amor a ellos y asume la sacramentalidad del pobre, ya que en ellos reside la salvación. Siendo éstos los protagonistas y no destinatarios de una acción vertical.

 

Una Iglesia desde Nazaret que sirve a un solo Señor, ya que no se puede servir por igual a víctimas y victimarios; que está  contra los poderosos en sintonía con Aquel “derriba a los poderosos  del trono y exalta a los humildes…”, aunque implique oponerse a la ortodoxia, asumiendo conflictos y rupturas porque sin justicia no hay paz.

 

Una eclesialidad de la kenosis

 

Una Iglesia que se abaja y vacía para abrirse al pensamiento de teólogos críticos sin temor a que minen la autoridad del magisterio, que se cuestiona acerca de si su propio discurso teológico  ilumina y transforma  situaciones de enfermedad, muerte, exclusión.

 

Kenosis para salir del eurocentrismo y actuar en las periferias, favorecer la formación de comunidades de base sin parroquializarlas, crear espacios de reflexión sobre temas como el celibato, el sacerdocio femenino, ministerios laicales.

 

Una Iglesia de la gratuidad y la pobreza que se brinda sin anteponer  condiciones, bienes, méritos y que expresa su praxis solidaria (Gál 2, l0). Una Iglesia pobre que comparte angustias y pobrezas porque no puede existir comunión en las desigualdades económicas. Comunión que exige ontológicamente diversidad y diferencia en unidad cuyo fundamento es la Trinidad: “La unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino integración orgánica de las legítimas diversidades.”(1 Co 12,12). Una Iglesia plural, profética, osada, valiente. Comunión construida desde el imperativo del amor en un camino inverso que parte de la vida, sin temor a la dispersión.

 

Una Iglesia dialogal, en dialogo de igual a igual, con una pastoral desde abajo y no desde la cátedra  que consensúa mínimos sólidos y básicos y no máximos desde un pensamiento hegemónico que suprime las diferencias y homogeniza.

 

Una iglesia que no se une a los pobres para denunciar las injusticias que con ellos se cometen, no es la verdadera iglesia de Jesucristo”

 

– Una eclesialidad de la fraternidad y comensalidad

Que es también de la horizontalidad e inclusión que acepta a todos sin privilegios ni honores, alrededor de una mesa/altar para compartir la vida, la comensalidad de modo circular. Solo en la verdadera y efectiva solidaridad fraterna entre los hijos de un mismo Padre puede tener sentido la oración, el culto y, sobre todo, la celebración de la eucaristía.

 

Una iglesia que salga al mundo sin esplendores, ni grandeza, para ser comunidad de comunidades, asumiendo el “nosotros” disperso en una ecología humana. Una común-unión para compartir el ser, el tener, el conocer de Cristo y la vida en el.

 

– Una eclesialidad laical (SD 97)

La sola participación de los laicos no alcanza hay que hablar de verdadera corresponsabilidad, basada en la las mutuas relaciones de los diversos componentes del pueblo de Dios y sobre la complementariedad de las vocaciones.

 

Reafirmación de la identidad laical, que hace de éste un interlocutor valido (LG 37) sujeto activo y no mero destinatario  de la misión eclesial, permitiéndole asumir la conducción de espacios eclesiales. (VC 96) con un ejercicio distinto, porque desplaza el eje de organización y participación y el poder se ejerce colegialmente, siendo todos son productores de bienes simbólicos.

 

– Una eclesialidad más femenina y maternal

Una Iglesia madre que responde con ternura al llamado de sus hijos que sufren, transparentando la misericordia de Dios. Madre que se descentra y desciende “al corazón de las culturas para hacer presente el Reino de Dios” madre que promueve, alienta, alumbra y cuida la vida. Madre que re-liga, celebra, respeta

Madre, que como María, entra en contacto con el misterio de la encarnación para dar testimonio de Dios a todos, anunciando un Dios que está junto al pobre.

 

  1. Pasar de una Iglesia, “Societas perfecta”a un “ Populo Dei” (LG 9) 

 

La realidad del mundo reclama una Iglesia distinta con otra organización más trasparente y creíble. Tal reforma se plantea no como una alternativa más, sino como una opción necesaria para terminar con el modelo de societas perfecta. La estructura eclesial ha de ser fiel a la Revelación y la encarnación como sacramento de Jesús

 

Los pilares del carisma nazareno que construyen una comunidad asi, son:

  1. La Oración: en Nazaret la “casa se convierte en templo”, desde allí la Iglesia ha de ser el “templo hecho casa”, y la vida el lugar de culto privilegiado.

 

Ser Iglesia bajo el techo de Nazaret es aprender  de la Sagrada Familia el autentico sentido de la consagración a Dios y al reino, como apertura a la trascendencia y a los hombres, sin servicio litúrgico ostentoso, ni culto exterior, sino la sencillez de la vida en todas sus situaciones, aun las “insignificantes”.

 

  1. El Trabajo: ser Iglesia bajo el techo de Nazaret, es recuperar la dimensión de trabajo y actividad apostólica pensada como itinerario que comprende la acogida responsable de la misión confiada por Dios, fiel a los compromisos históricos y a los signos de los tiempos en situaciones concretas que demandan una respuesta humana y evangélica.

 

El trabajo vivido como relación armoniosa con la naturaleza, compromiso con los demás y con la existencia. Esto invita a la Iglesia  a asumir la humanización de las relaciones entre los hombres, con el capital y el poder, favoreciendo y potenciando el trabajo solidario en equipo,  redes eclesiales y sociales.

El carisma nazareno clave para construir una nueva eclesialidad en un mundo cuyo modelo imperante es el del individualismo, el triunfador solitario y dominante el carisma nazareno invita “a tener un solo corazón y una sola alma” la frontera ente los mio y lo tuyo se desvanece

 

c- El amor (Ágape): ser Iglesia bajo el techo de Nazaret es entrar en una dinámica de  disponibilidad a Dios y de reciprocidad existencial con vínculos de maternidad, paternidad, filiación, esponsalidad, familiaridad.

Amor nazareno,  estable y  misionero que se hace camino  en unidad con todo el género humano para desde aquí entender la identidad, vocación y misión de la Iglesia en el mundo, siendo samaritana, laical y horizontal un verdadero pueblo de dios, y no un rebaño.

 

Una Iglesia que profesa el amor (agape), puede vaciarse para llenarse con la gracia  que viene de lo alto, del amor desinteresado que se da a sí mismo sin temor, con manifestaciones «pobres», pero de contenido sublime porque confía en la Palabra de Dios, desde la cual organiza su entrega y se deja conducir por el Espíritu para caminar junto al pueblo. “Una iglesia que no se une a los pobres para denunciar las injusticias que con ellos se cometen, no es la verdadera iglesia de Jesucristo”.

 

III. Mirar el mundo desde Nazaret, para construir el reino…

 

Una Iglesia que construye el reino desde  Nazaret, porque entiende al mundo entero como un inmenso Nazaret, volviendo a las fuentes igual que Jesús con la samaritana, para que las viejas instituciones y tradiciones sean sustituidas por un «camino nuevo«.

 

Porque desde Nazaret se dimensiona el reino, las Bienaventuranzas, la causa de Jesús y de la Iglesia, humaniza lo sencillo y asume los retos de este nuevo tiempo y garantizando la realización de la Promesa en las distintas situaciones, siendo la humanidad de Jesús el espacio de encuentro y la realidad como itinerario:

Nazaret como  itinerario de encarnación

 

1.Etapas del camino: Es una invitación a la Iglesia a “salir fuera” entre los pobres y marginados para encontrar a Dios en ellos. Siguiendo el modo de actuar de Dios, se han de considerar las siguientes etapas del camino: Belén: allí Jesús nació extranjero. Esto implica “salir fuera”, a las periferias. Nazaret: allí se  da lugar a la  «otra familia de Jesús», el Reino se vive la gratuidad. Galilea: periferia de la “tierra prometida”, donde rechaza las leyes, costumbres y convencionalismos que ponen a las personas por debajo de las reglas. Jerusalén: lugar elegido por Dios para liberarnos de la condición de inhumanidad, relativizando el templo, la ley, el culto y denunciando el poder  que excluye y enseña que el lugar de culto privilegiado es el encuentro con el prójimo. Es una invitación a una Iglesia profética y mártir.

 

  1. “Lugares” de encarnación Todo camino, implica “lugares” con los que la Iglesia ha de entrar en dialogo: La cultura, valorando su unidad y pluralidad, abriéndose a lo diferente. Las situaciones de pobreza, acercamiento y presencia como acto ético, la liberación no es el producto de una persona aislada, sino fruto de una tarea eclesial. El fundamento de esta opción está en la bondad de Dios, y no en un análisis social. La vida, para la cual ha de proponer una ecología humana” que resguarde y proteja a los hombres de las estructuras sociales que obstaculizan su desarrollo.

 

  1. Nuevos sujetos teológicos, otros lugares de encarnación:

 

Distintas problemáticas que demandan respuestas concretas a hombres situados, considerándolos como otros lugares de encarnación: Pueblos originarios, colaborando en la recuperación de sus memorias, historias, culturas milenarias, luchas por su tierra en respuesta al desafío de esa realidad. La mujer, reconociendo su alteridad y abriendo su participación a ámbitos  sociales, políticos, eclesiales, liberándola de cualquier forma de violencia o indiferencia, empezando por el seno de la misma Iglesia, como forma de desenmascarar relaciones asimétricas vinculadas a la división sexual del trabajo, la división política del poder, la desigualdad salarial, la desigualdad de oportunidades para la expresión pública del pensamiento, la desigualdad teológica. La tierra, optando por una nueva religación tierra- hombre basada en la sustentabilidad como alternativa de vida, inclusión, dignificación de ésta como sujeto pobre, crucificada y como madre fértil abusada. La familia, reconociendo que no hay un único modelo de ser familia, ni una forma univoca de establecer relaciones interpersonales para interpretar y responder a esos nuevos lenguajes, gestando y reemplazando el paradigma vigente por otro basado en un modelo comunional de relaciones igualitarias, recíprocas y personales en el ámbito de las diversas configuraciones familiares y nuevas formas de convivencia intereclesial mas inclusivas y evangélicas. Fetos, embriones, enfermos terminales, respondiendo a estas víctimas débiles cuyas voces no son escuchadas a través de una  Pastoral de los derechos humanos, garantizando el respeto pleno de cada uno. Victimas de abuso, drogas y otras  periferias existenciales, saliendo y actuando en ellas, desde el sufrimiento de las víctimas como forma de reconstruir el mundo y la historia humana, no sin antes comenzar por su propia reconstrucción y conversión.

 

  1. Consideraciones finales

“Que pueda decir como Jesús « no he venido para ser servido, sino para servir» (Mt 20, 28).

 

La Iglesia en los últimos años fue perdiendo referencia al seguimiento de Jesús, el que no se condice con el modelo vigente de estructuras absolutizadas. Para volver a las fuentes tendría que hacer un giro eclesiológico y deponer su postura frente a los bienes, a su instalación, a las tradiciones  y a toda forma de dominio,  para convertirse en una iglesia “sacramento de comunión marcada por  los conflictos de los pueblos, servidora y misionera comprometida con la  liberación de todo el hombre y de todos los hombres (DP 1302- 1304).

 

También un giro epistemológico, para deconstruir el discurso teológico vigente, y promover un cambio de paradigma que plantee nuevas formas de sentir, pensar, actuar ante la vida, tejiendo un entramado eclesial distinto.

 

Que devuelva al Cristianismo su mesianismo y entienda la historia como lugar social y epistemológico de ese quehacer ético y como perspectiva hermenéutica de la fe.

Porque sólo con una actitud de abajamiento, como en Nazaret donde la encarnación interpela con su realismo y su despojo, la Iglesia podrá en un proceso nunca acabado de desprendimiento, vaciamiento, «kénosis”, asumir nuevas situaciones, nuevas culturas “ponerse en camino” para descubrirse e integrarse creativamente en el mundo.

 

La estructura eclesial puede y debe cambiar, aunque esto implique rupturas. La Iglesia no tiene carácter absoluto como el reino. No existe nada creado o histórico que no deba pasar por esa ruptura, aceptarlo significa para la Iglesia reelaborar su propia identidad y su propio fin dentro del proyecto de Dios, para seguir a Jesús, sin miedos, intereses, fantasmas, inmovilismos.

 

En síntesis, una  Iglesia tejida desde la clave nazarena… 

 

Es una iglesia en comunión autentica con realismo histórico, antropológico y evangélico, que asume las controversias y rupturas propias y del mundo.

 

Es una Iglesia que acepta como pilares junto con la Sagrada Escritura, la Tradición, el Episcopado, a los pobres y su sufrimiento.

 

Es una iglesia de la confrontación y la controversia como Jesús y su ética, más discente que docente porque en lugar de enseñar, escucha el clamor del pueblo pobre, supera la teología del depositum fidei sin incidencia pastoral y desarrolla una Teología de la misión.

 

Es una Iglesia madre que alumbra y cuida la vida, con una fuerte presencia femenina, como María es capaz de estar atenta a lo cotidiano, lo esencial, al sentido de la vida, la memoria. Más sabia y más contemplativa.

 

Es una iglesia que rescata al dios familia y hace de la vida y la casa el lugar de culto, sacramentalizando la vida y la liberación en la liturgia. En lugar de convertirlo en ídolo.

 

Es una iglesia que vive el “espíritu de cuerpo”,  la colegialidad en libertad, promoviendo estructuras comunitarias y no corporativas, un discipulado de iguales, mas laical y menos clerical,  un pueblo y no un rebaño.

 

Es una iglesia que vive el “espíritu de familia” construyendo un entramado vincular desde la horizontalidad igualitaria  y fraterna basados en la igualdad humana y bautismal.

 

Es una Iglesia que mira el mundo desde Nazaret para anunciar a Jesús y garantizar la realización de la Promesa, siendo la Causa del reino el principio fundamental de discernimiento y la realidad el itinerario de encuentro con Jesús, descubriendo en esos itinerarios el verdadero horizonte hermenéutico por ser cristianamente vinculante con la vida, la cultura, la tierra, los pueblos originarios, los pobres, la mujer. Es optar por  el Reino de Dios y su Justicia al servicio de los últimos.  Es una opción esencial y no opcional: «Optar por una cultura de solidaridad, por los empobrecidos y sus causas; potenciar el ecumenismo, asumir los desafíos de la modernidad y contribuir con la especificidad del cristianismo a humanizar;  es apostar por la democratización de la vida en el seno de la Iglesia»

 

Una iglesia con mayor comensalidad, que comparta la mesa y la vida,  luche contra la exclusión, el concepto de honor, el sistema de pureza y las relaciones de patronazgo y que proponga valores alternativos para derribar esas barreras que se oponen a la comensalidad igualitaria y fraterna para comer con los leprosos de nuestros días y los otros que son rechazados.

 

“Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; fui forastero, y me recogiste; estuve desnudo, y me cubriste; enfermo, y me visitaste; en la cárcel, y viniste a mí. (…) Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, y te dimos de beber? …De cierto les digo que en cuanto lo hiciste a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hiciste. ((Mateo 25:31-46)

 

Una Iglesia que abrace a los enemigos y al pecador y muera por la causa del evangelio si es la voluntad de Dios.

 

Para que todos puedan sentarse al banquete de la vida, los invitados a primera hora, los invitados a la ultima hora, y lo que es mas urgente todavía, toda esa masa de población que nunca fueron invitados y no cuentan para nadie.

 

Felices los invitados!!!

Los pobres no pueden esperar!

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía:

 

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