20 de marzo de 2019
Este es un día histórico, aunque no aparezca en los anales públicos, ni en las efemérides, ni en las publicaciones o recordatorios de la supuesta gran historia mundial. Este es un día histórico y grande, porque hace 130 años, llegaron a Uruguay, los cuatro primeros Hermanos de la Sagrada Familia.
Y es importante para nosotros recordarlo y celebrarlo; porque si ellos no hubieran venido, hoy no estaríamos aquí juntos, buscando caminos de vida para nuestros anhelos de trascendencia.
A la distancia de los años, nos puede parecer fácil lo que aquellos cuatro Hermanos hicieron, y que continuaron otros cientos de Hermanos de la Sagrada Familia, pues fue lo más simple y grandioso que nos podamos imaginar: vivir como Hermanos en el diario transitar por la vida y consagrar esa vida a Dios y a los hombres.
Necesitamos pocas palabras para decir lo que hicieron, pues su vida fue sencilla y humilde; pero necesitaríamos mucho tiempo para contar lo que ha supuesto su sueño a través de 130 años. Son veintiséis lustros, y decenas de miles de personas que han podido hacerse mejores porque un día cuatro Hermanos de la Sagrada Familia decidieron lanzarse a la aventura de Dios, que más que aventura es seguridad, y hacer de su vida la ofrenda humana de un ideal trascendente.
Aquellos cuatro Hermanos eran simples mortales llenos de coraje, de confianza, de fe en Dios, de dudas, desconciertos, ilusiones e inseguridades. ¿Qué diferencia hay entre ellos y nosotros? Poca, pero, quizá, sea substancial. Fueron hombres que desgastaron su vida siendo fieles a la palabra dada, dejándose la piel por mantener su fidelidad a los compromisos asumidos, zigzagueando con altibajos pero manteniendo la mirada en el ideal que se habían propuesto. Dice el poeta “ata tu carro a una estrella” y tendrás el cielo por camino y serás huésped de los astros mientras el infinito te envuelve.
¡Cómo nos cuesta hoy esta sencilla decisión de comprometernos y mantener los compromisos! Somos tan instantáneos, tan cortos de miras, que se nos hace imposible el mirar con grandeza la tarea cotidiana, las realizaciones pequeñas y sin aparente brillo. ¿Es que la grandeza está en hacer grandes gestos o acometer descomunales hazañas? ¿Acaso la heroicidad supone tener brillos deslumbrantes y efímeros que dejan un rastro vacuo? ¿No será, más bien, que lo heroico esté en la fidelidad cotidiana a las acciones sencillas que dan contenido y hondura a nuestro peregrinar terrenal?
Es muy probable que aquellos cuatro Hermanos de la Sagrada Familia, y la legión de Hermanos que los siguieron, tuvieran muy claro que unas simples virutas de un taller de carpintero hicieron más por la humanidad que los oropeles de los emperadores, los discursos de los políticos y las fanfarrias de los ejércitos conquistadores.
La mirada en el cuadro de la familia de Nazaret inspiró con enorme energía su quehacer diario, su silencio fecundo, su laboriosidad y su contacto con el Dios que alienta en la brisa del atardecer.
Cuando nuestro corazón hace memoria de algún acontecimiento que ha sido significativo en nuestra vida, este recuerdo va asociado con rostros y nombres que han entretejido la trama y la urdimbre de nuestra evocación. Los agonistas de estos hechos creyeron en el futuro y por eso lucharon y edificaron con grandes dosis de sacrificio y generosidad lo que hoy somos y tenemos; es herencia, y la herencia no se despilfarra. Confiaron en Dios y, en su nombre, se lanzaron a la aventura de la educación, y Dios les regaló una historia cargada de vida, de cariño y fecundidad que nosotros ahora recordamos, agradecemos y disfrutamos, o lo deberíamos hacer.
A nosotros nos corresponde ahora, además de agradecer, seguir confiando en el Dios que nos acompaña y conduce. Somos antiguos en el tiempo, 130 años, pero somos nuevos porque seguimos naciendo y creando vida: creemos en la actualidad de nuestro carisma nazareno, en la necesidad de nuestro apostolado en este mundo deshumanizado, donde está tan desdibujada la fisonomía del hombre creado por Dios a su imagen y semejanza.
Y hoy, hacemos memoria para agradecer, para seguir confiando en la certeza de la fecundidad, porque hoy, más que nunca, nuestro mundo sigue necesitando personas que sean “sencillamente humanos y hermanos”. Las puertas están abiertas para quienes deseen participar de nuestro carisma, vivir la fraternidad cristiana, humanizar el diario vivir. Estamos para escrutar el horizonte con esperanza y hacer que nazcan sueños, crear futuro y seguir abriendo posibilidades de vida con perseverancia y arrojo, es decir, seguir educando en familia.
La conmemoración de estos 130 años de vida Sa-Fa en Uruguay, no es principalmente un recuerdo de acontecimientos ni una evocación de fechas. Un hecho histórico, desde la fe cristiana, es reconocer que Dios deja sus huellas en las personas y circunstancias que traman la historia imbricando al ser humano con la existencia. Para el cristiano celebrar es, sobre todo, agradecer; agradecer al Dios que mantiene la existencia, y a las innumerables personas que han dejado su esfuerzo e ilusión en este intervalo largo y fecundo.
En el arco iris de actividades, realizaciones, personas y circunstancias, debemos caminar de cara al sol, recordando que quien anda de espaldas a la luz se condena a andar detrás de su propia sombra…
No sólo tenemos una historia gloriosa que recordar y contar; también tenemos una historia que seguir construyendo.
Caminemos hacia el futuro, la decisión y la audacia son nuestras, el tiempo de Dios.
Los Hermanos de la Sagrada Familia que han entregado su vida en estas tierras son 216… y el número sigue creciendo. ¡Cuánta vida! ¡Dios mío! ¡Cuánta vida! Nosotros, hoy, en cierta forma, vivimos de rentas… seamos conscientes y valoremos lo que nos regalaron y regalan a diario los Hermanos de la Sagrada Familia.
Hno. José María de la Fuente Fernández