En los textos del Hno. Gabriel Taborin, Fundador de los Hermanos de la Sagrada Familia (HSF) aparece claramente cómo el espíritu de familia es el espíritu propio de su obra y tiene su origen en Dios «que es la caridad misma».

            La afirmación de que el espíritu de familia es el espíritu propio de los Hermanos de la Sagrada Familia es constante a lo largo de toda la historia del Instituto. Esa experiencia fundamental de los Hermanos, vivida a lo largo del tiempo, transmitida como un tesoro precioso de generación en generación, y compartida hoy con muchos laicos y laicas, ha constituido siempre un motivo de reflexión.

 Este espíritu deriva de los lazos vitales
que unían a los miembros de la Sagrada Familia de Nazaret
y cuya fuente primera es la Santísima Trinidad.(Constituciones HSF)

            El espíritu de familia es comunión de personas. Se sitúa en el plano de las relaciones interpersonales: relaciones recíprocas de amistad, de fraternidad, de intimidad. Es vivir en familia. Pretende expresar la comunión fraterna cristiana en su más alto grado. Por ello, cuando se trata de buscar su origen, su causa y su fundamento hay que remontarse a la fuente primera de la comunión entre los cristianos, que es la Santísima Trinidad.

Esas relaciones adquieren su mayor grado de «familiaridad» en Dios, donde todo es uno en la sencillez del ser y en la trinidad de personas. El hombre, por gracia, es llamado a entrar en esa intimidad formando parte de la familia divina. Y existe ya una primera llamada en el hecho de que el Hijo de Dios, al hacerse hombre, ha entrado en el mundo en una familia. En ella y a través de ella, ha mostrado a los hombres el nuevo tipo de relaciones que deben existir entre ellos.

              Los primeros en formar parte de la nueva familia mesiánica basada en la fe fueron los mismos que lo acogieron en su familia: María y José. Por eso la familia de Nazaret, primer núcleo de creyentes en Cristo, es la imagen viva de toda comunidad cristiana y de la Iglesia.

              En la familia de Nazaret los lazos vitales se basan en la fe y en la obediencia al plan de Dios. Existían entre ellos los lazos naturales que constituyen toda familia: María y José son esposos, Jesús es hijo de María e hijo de José (aunque éste no intervino para engendrarlo). Respetando y asumiendo esas relaciones fundamentales que están en la base de toda familia, podemos decir que en Nazaret, precisamente por el modo como Dios quiso que esa familia surgiera, nace ya la «familia» de quienes acogen a Cristo mediante la fe.

              En la familia los lazos vitales (paternidad, maternidad, fraternidad, etc.), de hecho puramente biológico, pasan a ser relaciones entre personas y elementos educativos para ellas. La familia se configura así como un ámbito fundamental de comunicación humana donde se transmite y se recibe la vida, y cuya esencia última es el amor: «La esencia y el contenido de la familia son definidos en última instancia por el amor. Por eso la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia, su esposa.
A pesar de que exista una gran variedad histórica y cultural en el concepto de familia, las relaciones familiares han servido siempre para definir los aspectos más hondos de la comunicación humana. Por eso, el espíritu de familia quiere indicar, desde ese punto de vista positivo, la sencillez y la profundidad de la relación entre personas que se aman.

               El espíritu de familia es interpretado como el elemento existencial, vital y dinámico que mueve el conjunto de vida marcada por la espiritualidad nazarena.
Como «núcleo vital de la espiritualidad» el espíritu de familia penetra en todos los aspectos de la vida: sus relaciones con Dios, con sus próximos y con las demás personas, con las cosas y con el mundo en general. Comunica una forma de ser y de obrar que distingue a la persona que lo posee por su sencillez, humildad, amabilidad, atención a las personas, etc.

CIRCULAR N°21   (2-7-1864)

CARTA DEL SUPERIOR GENERAL DE LOS HERMANOS DE LA SAGRADA FAMILIA A LOS HERMANOS DE SU INSTITUTO…

  1. El espíritu de cuerpo y de familia.

El espíritu de cuerpo y de familia contribuye en gran manera, queridos Hermanos, a la dicha, a la prosperidad y a la fuerza de una Congregación religiosa y alivia la carga de aquél a quien Dios ha elegido para Superior. Nace de la caridad y, en consecuencia, de Dios que es la caridad misma. Todos los miembros que componen una Congregación en la que, de verdad, exista este espíritu, tienen un solo corazón y un alma sola; se aman y se ayudan mutuamente, comparten las alegrías, las penas, los éxitos y los fracasos de todos; las atenciones recíprocas y una entrañable fraternidad unifican los espíritus y caracteres más diversos; lo que es de uno pertenece a todos y dejan de tener sentido las palabras «mío» y «tuyo»; cada uno se considera menos que los otros y Dios reina sobre todos; se entregan a los cometidos más humildes y penosos y rivalizan por ser el más humilde, el más caritativo y el que más trabaje por Dios y la comunidad; no temen tanto ser ellos atacados como que lo sea su Congregación, que es lo que más estiman, después de Dios, y de cuyos intereses se preocupan constantemente; finalmente, la Regla y los Superiores reciben de ellos el debido aprecio; obedecen, practican la pobreza y contribuyen, en la medida de lo posible, a la alegría de sus Superiores y de sus Hermanos: en una comunidad así se encuentran la paz, la satisfacción y todas las virtudes»

ic13-cruz-palomas-espigaEl religioso que está animado de este espíritu de cuerpo y de familia considera a su Congregación como su madre y al Superior como padre, que le han engendrado para la religión. Considera también a su Superior como representante de Dios, lo ama y lo respeta, lo escucha y le abre su corazón con toda confianza y sencillez, seguro de encontrar en él un padre, un amigo y un protector. Este feliz y admirable espíritu establece tal unión entre los Superiores y los Hermanos que, herir al más pequeño de éstos, es herir al Superior en lo más vivo. Este siente que se debe a sus hijos de adopción; cuida de ellos en el aspecto material y espiritual, en la medida de su poder y, con afecto de padre, renuncia totalmente a sí mismo para darse a ellos. Ya trabaje, ya parezca que descansa, todo lo hace por el bien de sus Hermanos. Actúa más como padre que como amo. Es bondadoso con todos, sin excepción, aun con aquellos con quienes está obligado a usar el fuego y el hierro para curarlos.

¡Cuántas cosas edificantes y buenas se podrían aún decir, queridos Hermanos, sobre el espíritu de cuerpo y de familia y sobre la feliz armonía que produce. Pero el espacio de esta carta no nos permite alargarnos más. Que cada uno de vosotros haga todos los esfuerzos para que este espíritu se introduzca cada vez más en nuestra querida Congregación y así gozaremos por anticipado de la felicidad del paraíso, hacia el que tendemos con todas nuestras fuerzas.

La divina sabiduría, queridos Hermanos, nos proporciona, pues, mediante la oración, la práctica de las virtudes, el cumplimiento de la Regla y el espíritu de familia, del que acabamos de hablar brevemente, poderosos medios de salvación. Con estos mismos medios se vive feliz en comunidad, se ensalza al Instituto y se ayuda y alivia a los Superiores que lo gobiernan. Os suplicamos, queridos Hermanos, que no perdáis nunca de vista estos santos y poderosos medios. Si os cuesta algún sacrificio el ponerlos en práctica, quedará bien compensado por la dicha de morir como predestinados, después de haber contribuido al bien espiritual de vuestra Congregación.